España gasta el doble en pensiones que hace quince años. Ese dato basta para entender por qué el economista Gonzalo Bernardos ha planteado en laSexta Xplica una salida que incomoda tanto a quienes están cerca de retirarse como a quienes aún ni siquiera han entrado en el mercado laboral.
Según él, no queda margen para más escapatorias amables: o se eleva la edad de jubilación o el sistema acabará ahogado por su propio peso.
Una brecha cada vez más costosa
El desfase entre lo que se ingresa y lo que se paga por pensiones supera ya los 65.000 millones de euros, según el economista. Lo más preocupante es que no se trata de un pico aislado ni de una mala racha presupuestaria. Se ha convertido en una tendencia. La presión estructural crece año tras año, arrastrada por el envejecimiento de la población y por la entrada masiva de jubilados procedentes del baby boom.
Cada vez hay más jubilados, lo que provoca un desajuste importante.
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El problema no es solo cuantitativo. Es también generacional. Las pensiones actuales son, según Bernardos, de las más generosas del mundo desarrollado: "En materia de pensiones, en España, el jubilado cobra como primera pensión el 83% neto del último salario". Una cifra que, con la excepción de Turquía, no tiene rival en la OCDE.
Pero el desequilibrio llega cuando se comparan los años cotizados con los años que se percibe la pensión. "Los que han contribuido lo han hecho, como máximo, 13 años y cobran 21 años", señala.
El espejismo del Estado del Bienestar
Lejos de despreciar el modelo español, Bernardos lo reivindica. Defiende que las pensiones son una de las joyas del sistema: "Muchas veces se habla del Estado de Bienestar en España y se le critica. Yo creo que no valoramos lo suficientemente bien tres aspectos. Uno, las pensiones, que son las segundas mejores de la OCDE". Pero esa generosidad, añade, no es infinita.
El desajuste entre quienes entran a cobrar y quienes salen del sistema por fallecimiento no solo es económico, sino también demográfico: los primeros son más numerosos y con expectativas de vida más largas.
En este contexto, la solución que plantea Bernardos no entusiasma a nadie. Tampoco pretende que lo haga. Pero considera que es la única vía que puede sostener las cuentas sin asfixiar a los jóvenes trabajadores: "Solo hay una manera de rebajarlo sin que afecte muchísimo a los jóvenes que pagan cotizaciones o a los jubilados que cobran la pensión y es una manera que no le gusta a prácticamente nadie: jubilarse más tarde".
El espejo danés
El especialista señala que Dinamarca ya ha empezado a mover ficha. Para el año 2040, los daneses se jubilarán a los 70 años. Según el economista, España terminará siguiendo ese mismo camino: "Dinamarca ya ha empezado a cambiar la legislación. Para el 2040, la jubilación estará en los 70. España, no lo duden, seguirá el camino".
Bernardos explica que no hay demasiadas soluciones ante esta situación de desajuste.
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La idea de ampliar la vida laboral no es nueva, pero sí lo es su inevitabilidad. En el pasado, este tipo de anuncios se diluían entre promesas electorales y reformas tímidas. Lo que ha cambiado es el margen de maniobra. Ya no hay espacio para posponer una decisión que lleva años pendiente.
Al mismo tiempo, el impacto de no actuar sería mucho más grave para quienes ahora cotizan, en especial los más jóvenes, que tendrían que sostener un sistema sobredimensionado con sueldos más bajos y carreras laborales más inestables.
Lo que está en juego
La tesis de Bernardos no gira en torno a una jubilación idílica o una longevidad optimista. Se apoya en datos duros, en previsiones demográficas y en cuentas que no cuadran. No propone un modelo ideal, sino uno viable. Mientras tanto, las alternativas siguen escaseando. Reducir pensiones supondría un coste social y político difícil de asumir. Aumentar las cotizaciones, una carga más sobre unos salarios que ya arrastran su propio lastre. La tercera vía —jubilarse más tarde— es incómoda, pero permite repartir mejor el esfuerzo.
El reto no es solo económico. También es político. Decidir hoy lo que ocurrirá en 2040 exige una planificación que rara vez encaja con el cortoplacismo electoral. Pero posponer el debate no lo hará desaparecer. Solo lo hará más difícil.
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