¿Pagan los hogares sus tarjetas de crédito al mes o acumulan deudas? Esta simple decisión, repetida millones de veces cada día, puede ofrecer una radiografía precisa del estado financiero de una sociedad. Así lo demuestra una nueva investigación liderada por los economistas Khan Jahirul Islam y Julien Picault, de la Universidad de Columbia Británica (UBC), que analiza veinte años de datos del organismo estadístico canadiense y expone patrones persistentes en torno al uso del crédito.
El estudio, recientemente publicado en el International Journal of Bank Marketing, explora cinco oleadas del Survey of Financial Security (1999-2019) y arroja un dato revelador: uno de cada tres hogares en Canadá mantiene saldos pendientes en sus tarjetas, y más de dos tercios de ellos ha retrasado pagos por dificultades económicas.
Educación y ahorro, los mejores aliados
Los investigadores han encontrado una clara división en los hábitos financieros según nivel educativo, tipo de activos y perfil demográfico. Las personas con estudios universitarios son un 13% más propensas a pagar el saldo completo de sus tarjetas y un 19% menos propensas a omitir pagos, en comparación con quienes no tienen ni el título de secundaria. El patrón también se repite entre quienes poseen ahorros líquidos o acciones, reforzando la idea de que la estabilidad patrimonial protege frente a la deuda.
Por el contrario, los hogares jóvenes encabezados por mujeres con familias numerosas aparecen entre los más vulnerables. A menudo arrastran saldos impagados y dependen del crédito rotativo como colchón ante emergencias o ingresos irregulares.
Préstamos rápidos, trampas duraderas
Uno de los hallazgos más contundentes del informe está relacionado con el uso de préstamos rápidos o payday loans. Las familias que los utilizan son un 25% menos propensas a saldar sus tarjetas y un 28% más propensas a dejar de pagar a tiempo. Esto revela la dimensión de la precariedad financiera que empuja a muchos hogares a buscar alternativas rápidas, pero de alto coste, en un sistema de crédito formal que no siempre es accesible.
En una paradoja aparente, las personas que declaraban esperar un empeoramiento de su situación económica eran más proclives a amortizar deuda. Este comportamiento sugiere una prudencia preventiva ante la incertidumbre, una suerte de instinto de supervivencia financiera que actúa incluso en momentos de dificultad.
Comportamientos que se repiten década tras década
Los datos indican que, más allá del contexto económico de cada año, los patrones tienden a repetirse. Da igual si se analiza 1999 o 2019: las mismas variables (educación, ingresos, tipos de deuda) predicen el mismo tipo de comportamiento. Esto pone el foco en las desigualdades estructurales del sistema financiero y en la urgencia de actuar para reducir las brechas.
Para el Dr. Picault, la persistencia del fenómeno demuestra que no se trata solo de decisiones individuales, sino de condiciones estructurales. “Hay factores de comportamiento y de acceso que han permanecido constantes durante dos décadas. Eso debería hacernos reflexionar sobre cómo se enseña, o no se enseña, a gestionar el crédito”, afirma.
La hipoteca también pesa
Otro aspecto relevante del estudio es la relación entre las hipotecas y el uso del crédito. Aquellos hogares con préstamos hipotecarios tienden a pagar solo el mínimo de sus tarjetas, lo que sugiere una tensión de liquidez entre las deudas a largo plazo y los gastos cotidianos. En cambio, quienes disponen de líneas de crédito o activos líquidos tienen más margen de maniobra y presentan menor morosidad.
Esta diferencia apunta a la necesidad de ofrecer instrumentos financieros más flexibles y asequibles que no obliguen a los hogares a elegir entre pagar la vivienda o mantenerse al día con el consumo.
Educación financiera y regulación, la doble vía
Para los autores, la solución debe venir por dos caminos complementarios: la educación y la regulación. La primera puede ayudar a los consumidores a comprender los riesgos del crédito y tomar decisiones informadas. La segunda debe centrarse en controlar el acceso a productos financieros de alto riesgo y garantizar opciones más asequibles.
“El papel de la educación financiera está claro, pero no podemos dejarlo todo en manos del individuo. Necesitamos políticas públicas que regulen los préstamos abusivos y fomenten productos seguros”, sostiene el Dr. Islam.
Los autores ven especialmente importante diseñar intervenciones específicas dirigidas a mujeres jóvenes, hogares de bajos ingresos y personas sin estudios universitarios. Estos grupos, más expuestos a la deuda, podrían beneficiarse de programas personalizados que combinen formación, asesoría y alternativas de crédito.
Un espejo para otros países
Aunque el estudio se centra en Canadá, sus conclusiones tienen eco en muchas economías desarrolladas. El uso del crédito ha crecido en todo el mundo, y los patrones de endeudamiento reflejan desigualdades similares en Europa o Estados Unidos. Los datos canadienses pueden servir como anticipo de dinámicas emergentes y como base para anticipar riesgos financieros a escala global.
Las autoridades económicas, entidades financieras y educadores tienen ante sí el reto de romper un ciclo que, hasta ahora, se repite sin grandes cambios. Comprender cómo usamos el crédito no es solo una cuestión de consumo: es una cuestión de salud financiera colectiva.
Puntos clave
- Solo uno de cada tres hogares en Canadá salda su tarjeta de crédito cada mes.
- Las personas con estudios universitarios y ahorros líquidos presentan mejores hábitos financieros.
- Los préstamos rápidos aumentan significativamente el riesgo de morosidad.
- El estudio apunta a la necesidad urgente de reforzar la educación financiera y la regulación del crédito.