El dato es seco, casi técnico: España crecerá un 2,6% en 2025 y un 2,2% en 2026. En el lenguaje oficial, eso significa estabilidad, previsión cumplida, músculo interno. En otro contexto, tal vez, habría titulares más entusiastas. Pero hoy, tras dos años de inflación, un apagón eléctrico reciente, conflictos arancelarios y el ruido cada vez más opaco de un mundo que parece reordenarse sin consultarlo, la noticia apenas ocupa una jornada de atención. Y sin embargo, ahí está: el país crecerá.
El ministro de Economía, Carlos Cuerpo, lo confirmó esta semana tras un Consejo de Ministros extraordinario. Las cifras forman parte del primer informe de seguimiento anual del Plan Fiscal Estructural a Medio Plazo, que el Gobierno ha remitido ya a la Comisión Europea. Allí se dibuja el esqueleto económico que, si todo sale según lo proyectado, sostendrá al país al menos hasta 2028.
El silencio de los motores: consumo, inversión, empleo
La previsión no se apoya en el comercio exterior, ni en un repunte exportador ni en una coyuntura excepcional. El motor está dentro: consumo privado y recuperación del empleo. Se espera que las familias gasten más —un 3,2% más en 2025—, que las empresas inviertan —un 4,3% más— y que el mercado laboral sume medio millón de nuevos ocupados el próximo año. No hay euforia. Lo que hay es un plan.
Mientras la demanda interna aportará entre el 3,1% y el 2,8% del crecimiento, el sector exterior restará. Aranceles, barreras y cierta fatiga en las exportaciones (apenas un 1,2% de crecimiento previsto) empujan a un repliegue: crecer con lo propio, depender de lo que se mueve dentro.
En cualquier otro contexto, la apuesta sonaría conservadora. Pero después de un ciclo de crisis superpuestas —sanitaria, energética, inflacionaria, climática—, tal vez no sea una retirada, sino una forma de sostener el equilibrio. Como quien refuerza los cimientos cuando el paisaje se agita.
Un apagón que no borró las cifras
El lunes pasado, un apagón dejó sin electricidad a millones de personas en la península. La CEOE habló de pérdidas por valor de 1.300 millones de euros. El Gobierno matizó: los datos de transacciones autorizadas indican una caída del 55% respecto al lunes anterior, con un impacto estimado de 400 millones. De ellos, 130 ya se habrían recuperado en las 36 horas siguientes.
Los apagones siempre son más que una interrupción eléctrica: son una imagen. De vulnerabilidad, de dependencia. Que el Gobierno haya mantenido su previsión intacta no es solo una decisión técnica, es una afirmación política: nada cambia el rumbo. Pero la pregunta permanece, más allá de los datos: ¿cuán blindado está un modelo que depende del consumo si el suministro puede fallar?
Trabajo: cifras que se acercan al suelo
El informe prevé una reducción del paro al 10,3% en 2025 y al 9,6% en 2026. Una década atrás, esa cifra habría parecido un espejismo. Hoy se celebra con prudencia. El Gobierno habla de “pleno empleo técnico”. Pero el mercado laboral ya no es solo una cifra: es una textura. Más empleo, sí, pero también más fragmentado, más flexible, más volátil.
La productividad por hora trabajada crecerá, según el Ministerio. Es una buena noticia, aunque también un síntoma: menos horas, más rendimiento, más presión. En el fondo, este crecimiento no parece anunciar un ciclo expansivo, sino un ajuste fino. Como si la economía aprendiera a crecer sin prometer demasiado.
La deuda, el déficit, el relato de la contención
El déficit público se mantendrá en el 2,5% del PIB en 2025; la deuda, en el 101,7%. El Gobierno insiste en el modelo equilibrado de cuentas públicas. El mensaje es claro: se puede crecer sin romper la disciplina fiscal. Y se puede hacerlo en un contexto europeo donde el cumplimiento de las reglas presupuestarias vuelve al centro del debate.
Más que una victoria técnica, es una narrativa: España como país fiable, previsible, que entrega cifras estables en un mundo en tensión. Pero también plantea otra cuestión: ¿cuánto margen de maniobra se sacrifica para defender esa imagen? ¿Y qué ocurre si el escenario externo empeora?
Comparaciones que pesan: renta disponible y disonancias
Uno de los pocos datos que se presenta con cierto orgullo es el de la renta real disponible per cápita: desde 2022 ha crecido un 8,7% en España. Alemania apenas ha subido un 1%, Italia un 2,4%, Estados Unidos un 5,3%. El dato es relevante, aunque más como espejo que como motor. Señala una dirección, pero también una disonancia: ¿por qué no se percibe más optimismo social si el ingreso ha mejorado?
La respuesta quizá no está en las cifras, sino en la sensación de fragilidad que las rodea. El crecimiento, el empleo, el consumo: todo se proyecta como sólido, pero no se vive como tal. Como si el país avanzara en piloto automático, sin relato, sin épica. Sin una idea compartida de futuro.
No es promesa, es protocolo
El documento que el Gobierno ha remitido a Bruselas no es un manifiesto. Es un protocolo técnico. Habla de trayectorias esperadas, no de aspiraciones. Y sin embargo, también es una declaración: seguir creciendo, incluso sin entusiasmo; mantener la senda, incluso con ruido.
No hay grandes reformas en el horizonte. No hay anuncios rupturistas. Lo que hay es un plan basado en la resistencia, en la corrección, en la previsión ajustada. España no apuesta por sorprender al mundo, sino por sostenerse en él. Y tal vez esa sea, en este momento, la forma más ambiciosa de futuro.
Puntos clave
- El Gobierno mantiene su previsión de crecimiento en el 2,6% para 2025, pese al apagón eléctrico, la presión de los aranceles y la incertidumbre geopolítica.
- La demanda interna —con un consumo privado al alza y fuerte inversión— se consolida como motor del crecimiento, mientras el sector exterior sigue restando impulso.
- Se proyectan 500.000 nuevos empleos para 2025, con una tasa de paro del 10,3%, en lo que el Ejecutivo califica como una aproximación al “pleno empleo técnico”.
- La renta disponible per cápita ha crecido un 8,7% desde 2022, superando a las grandes economías europeas, aunque sin generar aún un clima social de recuperación clara.