¿Atacará Vladímir Putin a la OTAN?

Rusia está reforzando sus fuerzas, lo que provoca temor en sus vecinos. Así de claro lo expone 'The Economist' en su último análisis, donde advierte del creciente nerviosismo en la región ante el rearme del Kremlin

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El rearme de Rusia inquieta a sus vecinos, que temen el refuerzo militar del Kremlin

Gtres

Egert Belitšev, jefe de la guardia fronteriza de Estonia, lo llama el borde del mundo libre. Un puente conecta las murallas del castillo de Hermann en Narva, del lado estonio, con las de la fortaleza de Ivangórod, en Rusia. Hinchado por los deshielos, el río Narva ruge bajo él. Dos pantallas gigantes recientemente instaladas en el lado ruso, frente a Estonia, estaban destinadas a retransmitir el desfile en la Plaza Roja el 9 de mayo, conmemoración de la victoria en la Segunda Guerra Mundial.

El sonido de los tambores y las imágenes de soldados rusos marchando a paso de ganso inevitablemente provocan ansiedad en Estonia, que fue anexionada por Stalin en 1940 y ocupada por la Unión Soviética desde 1944 hasta 1991. 

Interferencias y movimientos en la frontera

Las provocaciones son rutinarias. Rusia ha estado interfiriendo las señales GPS en toda la región, interrumpiendo el tráfico aéreo y las operaciones de búsqueda y rescate. El año pasado, guardias fronterizos rusos retiraron boyas del Narva que marcaban la frontera. En los cielos, los dirigibles de vigilancia son una imagen habitual.

Más preocupante es lo que se observa en las imágenes por satélite. Aunque las bases rusas cercanas a las fronteras de Estonia y Finlandia están casi vacías —con tropas y equipos enviados a Ucrania—, hay nuevas construcciones en curso. 

Planes militares a largo plazo

Sobre el papel, Rusia tiene grandes planes. Pretende ampliar sus fuerzas armadas a 1,5 millones de efectivos activos, frente a aproximadamente 1,3 millones en septiembre. En 2023 anunció la creación de una nueva formación, el 44º Cuerpo de Ejército, en Carelia, junto a la frontera con Finlandia. Las primeras unidades de este cuerpo sufrieron grandes bajas en Ucrania el año pasado.

Rusia también está ampliando varias brigadas para convertirlas en divisiones más grandes. Todo esto llevará años en concretarse. Pero si Rusia lo logra —señala la agencia de inteligencia de Lituania—, incrementará sus tropas, equipos y armas en el frente occidental entre un 30% y un 50%.

Preparativos para un conflicto mayor

«Durante 2024», señaló una reciente evaluación de inteligencia danesa, el rearme ruso «cambió de carácter: de reconstrucción a una intensificación del fortalecimiento militar». El objetivo es poder «luchar en igualdad de condiciones con las fuerzas de la OTAN». 

Algunos sostienen que Rusia inevitablemente atacará. «Es una cuestión de cuándo empezarán la próxima guerra», dijo Kaja Kallas el año pasado, cuando aún era primera ministra de Estonia (actualmente es la jefa de política exterior de la UE). Emmanuel Macron, presidente de Francia, señaló en marzo el ritmo vertiginoso del rearme ruso. «¿Cómo de creíble es, entonces», preguntó, «que la Rusia de hoy se detenga en Ucrania?»

Otros son escépticos sobre la idea de que las ambiciones rusas vayan más allá del Dniéper. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, se burla de la idea de una gran guerra: «Nuestra amenaza no es Rusia cruzando los Pirineos con sus tropas».

Steve Witkoff, emisario de Donald Trump en las negociaciones de paz con Rusia, respondió simplemente al ser preguntado si Rusia tenía intención de «marchar por Europa»: «Rotundamente no». 

Analizar las amenazas: intención y capacidad 

Los analistas de inteligencia enmarcan las amenazas según dos variables: la intención y la capacidad. Actualmente no hay información concreta que sugiera que Rusia tenga intención de atacar a la OTAN. Pero las intenciones son volubles. En sus discursos públicos, Vladímir Putin ha justificado su guerra para conquistar Ucrania de diversas maneras: la necesidad de defender a los rusohablantes del Donbás; el imperativo de “desmilitarizar” y “desnazificar” Ucrania; y la necesidad de mantener a raya a una OTAN supuestamente hostil.

En febrero de 2022, en vísperas de la guerra, Putin culpó a Lenin de haber desmembrado el Imperio ruso, cuestionando de forma implícita la soberanía no solo de antiguos estados soviéticos como Ucrania, sino también de aquellos que alguna vez formaron parte de ese imperio, como Finlandia. 

Una guerra por la supervivencia política

Sin embargo, para Putin, la guerra puede tener menos que ver con amenazas externas que con prolongar y tratar de legitimar su mandato. En sus 25 años en el poder, ha librado cinco guerras. Cada una comenzó con una caída en su popularidad; cada una terminó con su autoridad reforzada.

Al inicio de la guerra, pocos rusos creían en la narrativa del Kremlin de que Rusia estaba amenazada por Occidente. Pero esa idea se ha difundido —no en menor medida porque la propaganda de Putin fue reforzada por cierta retórica occidental que culpaba a todos los rusos por la guerra—. Esto ha alienado a quienes inicialmente simpatizaban con Ucrania y con Occidente. 

Reunirse en torno a la bandera 

Aunque una mayoría de rusos preferiría que la guerra terminara, la mayoría también cree que el conflicto ha fortalecido el prestigio internacional del país, según una encuesta conjunta realizada por el Chicago Council on Global Affairs y el Centro Levada de Moscú. En el pasado, el 60% de los rusos priorizaba un nivel de vida alto frente al estatus de gran potencia. Hoy, el 55% prefiere la proyección de poder antes que el bienestar económico.

Puede que estén viendo cumplido parte de su deseo. Tras tres años de guerra, la economía rusa se desliza hacia la estancación. La inflación se mantuvo obstinadamente por encima del 10% en el año hasta marzo, pese a que el banco central mantuvo su tipo de interés de referencia en el 21%. 

Capacidad limitada, ambiciones grandes

A veces, es la capacidad la que moldea la intención. En una reciente entrevista, Putin afirmó que la guerra en Ucrania es la culminación de un largo enfrentamiento con Occidente. Tras la anexión de Crimea en 2014, se detuvo —no porque le faltara voluntad de avanzar más, sino porque le faltaban medios—: «En 2014, el país no estaba preparado para un enfrentamiento directo con todo el Occidente colectivo, que es lo que estamos viendo ahora». 

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Gráfico: The Economist

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Aun así, el entusiasmo bélico de Putin y su capacidad real para llevar la guerra adelante son cosas distintas. En Ucrania, sus tropas llevan nueve meses atacando sin éxito la ciudad de Pokrovsk, con una población anterior a la guerra de 70.000 personas, sufriendo más de mil bajas —entre muertos y heridos— cada día. El ejército ruso es incapaz de ejecutar maniobras complejas y ha perdido a toda una generación de oficiales.

Un ejército en apuros

Su fuerza aérea rara vez entra en territorio ucraniano, prefiriendo lanzar bombas planeadoras desde una distancia segura. Mientras la guerra en Ucrania continúe, Rusia no tendrá fuerzas terrestres disponibles para representar una amenaza seria contra la OTAN. Incluso si se firmara un alto el fuego, Rusia tendría dificultades para desviar un número significativo de tropas —señala el analista Konrad Muzyka—, ya que eso podría permitir a Ucrania recuperar territorio. 

Por tanto, Rusia tendría que crear fuerzas nuevas. Las agencias de inteligencia occidentales han analizado cuánto tiempo podría llevar ese proceso. Sus conclusiones varían considerablemente. Estados Unidos habla de una posible reconstrucción del ejército ruso “durante la próxima década”. La inteligencia noruega calcula entre cinco y diez años “como pronto”.

Límites de producción y reservas

Las estimaciones ucranianas sugieren entre cinco y siete años; las alemanas, entre cinco y ocho. Los servicios secretos estonios son los menos optimistas, y estiman un plazo de tres a cinco años para que Rusia forme nuevas unidades, en función de cómo evolucione la guerra, la economía rusa y las sanciones. 

Estos plazos dependen de múltiples factores. Rusia está produciendo municiones a un ritmo extraordinario —más de 1.400 misiles balísticos Iskander al año, así como 500 misiles de crucero Kh-101— según estimaciones ucranianas y un reciente informe del Royal United Services Institute (RUSI), un centro de estudios de Londres.

Problemas de personal y entrenamiento

Pero en otras áreas, las tasas de producción actuales no son sostenibles. Solo entre el 10% y el 15% de los 1.500–2.000 tanques y los 3.000 vehículos blindados de combate que se producen anualmente son nuevos, según el RUSI. El resto son reacondicionados a partir de reservas soviéticas. Estas podrían agotarse en 2026 si se mantienen las tasas actuales de pérdidas, advierte Dara Massicot, del Carnegie Endowment. La producción de blindados rusos podría haber alcanzado ya su punto máximo este año, afirma Muzyka. 

La mano de obra también es una limitación seria. A corto plazo, Rusia recluta unos 30.000 hombres al mes, pero a largo plazo se enfrenta al reto de una población en declive y envejecida. 

El reto de la calidad militar

Más importante aún es la calidad de estas fuerzas. «La recuperación de material será mucho más rápida y sencilla que la capacidad real de utilizar esas fuerzas», señala Michael Kofman, también del Carnegie Endowment. 

Las fuerzas armadas rusas han mejorado notablemente en algunos aspectos —añade—, como la localización y ataque de objetivos mediante drones, pero su capacidad para aplicar esto a gran escala está limitada por la calidad de las tropas, los oficiales y el trabajo de estado mayor. 

Los hombres en las trincheras 

La calidad de las fuerzas rusas se ha visto perjudicada por pérdidas devastadoras. Según funcionarios occidentales, desde finales de 2024 los hospitales militares rusos han estado funcionando a plena capacidad. En abril, el general Chris Cavoli, comandante supremo aliado en Europa de la OTAN, estimó que Rusia había sufrido unas 790.000 bajas.

Muchos de los muertos o heridos son oficiales subalternos, esenciales para liderar unidades en un ejército ampliado. Los avisos fúnebres públicos sugieren que, entre 2022 y 2024, Rusia perdió aproximadamente el mismo número de tenientes que se necesitarían normalmente para dotar de oficiales a diez divisiones o brigadas, según escribe Dara Massicot. 

Un modelo militar obsoleto

Un estudio reciente de la RAND Corporation, un centro de estudios estadounidense, explora los diferentes modos en que Rusia podría reconstruir sus fuerzas armadas. Durante muchos años antes de la invasión de Ucrania, los líderes rusos intentaron crear un ejército más ágil y profesional, apoyado en la tecnología. Ese modelo está ahora descartado.

Rusia está volviendo a una forma más antigua y tosca de hacer la guerra: «El núcleo de estas reformas no es la innovación ni la adaptación tecnológica. Más bien, se trata de un retorno al volumen y al poder de fuego». 

Una economía al límite

La capacidad de Rusia para sostener un esfuerzo de rearme también se ve limitada por su economía maltrecha. El año pasado, el país destinó oficialmente un 6,7% del PIB a defensa, con previsiones de aumento para este año.

Sin embargo, no todo ese dinero se utiliza para comprar nuevo equipamiento, ya que la cifra incluye pagos a soldados heridos, a las familias de los fallecidos, así como elevados sueldos para incentivar el alistamiento como soldados contratados. 

El desgaste de la guerra 

Existe por tanto una corriente de opinión que sostiene que la amenaza de Rusia, aunque real, es más manejable de lo que comúnmente se cree. Las nuevas formaciones, como el 44.º Cuerpo de Ejército destinado a la frontera con Finlandia, son “unidades Potemkin”, afirma John Foreman, exagregado de defensa británico en Kiev y Moscú. En este último destino, recuerda, Rusia aseguraba tener un millón de hombres en armas; la cifra real en aquel momento era de 880.000. 

Además, la adhesión de Suecia y Finlandia a la OTAN ha empeorado drásticamente la posición de Rusia en el norte del ámbito de la Alianza. La idea de que Rusia pueda salir de Ucrania, reformar su ejército y “marchar hacia Varsovia” es “una fantasía absoluta”, concluye Foreman. Aun así, duda de que Rusia tenga intención alguna de atacar. 

Otra escuela de pensamiento responde que la capacidad bélica de Rusia depende en gran medida del tipo de guerra de que se trate. 
«A medio plazo, es improbable que Rusia pueda desarrollar la capacidad necesaria para una guerra convencional a gran escala contra la OTAN», reconoce la agencia de inteligencia militar de Lituania. 

«Sin embargo, Rusia podría desarrollar capacidades militares suficientes para lanzar una acción militar limitada contra uno o varios países de la OTAN». La inteligencia danesa lanza una advertencia similar: harían falta cinco años para que Rusia estuviera preparada para una gran guerra (sin la participación de Estados Unidos).

Pero solo serían necesarios dos años para prepararse para una “guerra regional” contra varios países de la zona del mar Báltico, y tan solo seis meses para estar en condiciones de librar una “guerra local” contra un solo país vecino. 

Rusia podría desplazar 50.000 soldados desde Ucrania a su distrito militar de Leningrado con un impacto mínimo en la guerra actual —argumenta Hanno Pevkur, ministro de Defensa de Estonia—. 
«Pero esto cambiaría significativamente la disposición de las fuerzas del ejército ruso cerca de Estonia», advierte. 
«Para iniciar un conflicto localizado de pequeña escala, no necesitan disponer de todas las tropas provenientes de Ucrania». 

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Mapa: The Economist

The Economist

Para poder librar un conflicto limitado, Rusia tendría que asumir que esas fuerzas desplegadas por la OTAN no intervendrán o se replegarán —o, al menos, que Estados Unidos no intervendrá (una suposición que se vería reforzada si EE. UU. estuviese distraído en otro frente, por ejemplo, ante un intento de invasión o bloqueo de Taiwán por parte de China)—. Eso sin duda equilibraría las probabilidades. 

Nuestros cálculos indican que, incluso teniendo en cuenta los menores costes laborales y materiales de Rusia, así como el aumento de sus presupuestos, el gasto en defensa de Putin no iguala al de los miembros europeos de la OTAN. Sin embargo, la fragmentación y duplicación de esfuerzos hacen que una parte del gasto europeo se desperdicie.

Más importante aún, aunque las fuerzas europeas estén bien armadas sobre el papel, tendrían dificultades para identificar objetivos a larga distancia, organizar operaciones aéreas complejas, comandar grandes formaciones y derrotar las defensas aéreas rusas sin la participación de Estados Unidos. 

Polonia, por ejemplo, posee abundantes lanzadores de cohetes de largo alcance. Pero no tiene los medios para identificar objetivos profundos tras las líneas enemigas. Por ahora, la mayoría de los países europeos operan bajo el supuesto de que Estados Unidos, incluso bajo un mandato de Trump, mantendrá su apoyo el tiempo suficiente para que Europa pueda cubrir esas carencias con el tiempo —una transición gestionada, más que una retirada desordenada—. 

En busca de un flanco débil 

Si esa suposición se mantiene —y si el rearme europeo gana impulso— (dos grandes “si”), es probable que Rusia siga disuadida de emprender actos de guerra que activen el artículo 5 del tratado de la OTAN, la cláusula de defensa mutua. Sin embargo, su apetito por el riesgo podría crecer, especialmente si considera que Donald Trump podría pasar por alto transgresiones menores. 

«Rusia se mostrará gradualmente más dispuesta a utilizar la fuerza militar en los próximos años para ejercer presión o desafiar tanto a la OTAN en su conjunto como a países individuales de la Alianza», advierte la inteligencia danesa. Eso podría implicar incidentes relativamente menores, como la temeraria decisión de interferir con aeronaves de vigilancia estadounidenses, británicas y francesas en los últimos años.

Pero también podrían tratarse de maniobras más ambiciosas para desestabilizar lo que Rusia considera territorios periféricos, como la isla noruega de Svalbard, donde sería más difícil lograr un consenso entre los aliados de la OTAN para una respuesta oportuna. Los Estados que no pertenecen a la OTAN serían presas todavía más fáciles. 

«Si vieras tropas rusas provenientes de Transnistria avanzar sobre alguna zona de Moldavia», comenta un experto en inteligencia, «creo que sería una contingencia extremadamente difícil de manejar, y dividiría a la OTAN». Predecir guerras futuras siempre es arriesgado. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética interpretaron mal de forma habitual tanto las intenciones como las capacidades del adversario.

En Watching the Bear, una colección de ensayos publicada por la CIA en 1991, Raymond Garthoff —exanalista de la agencia— reflexionaba sobre la tendencia, durante las décadas de 1950 y 1960, y de nuevo en los años 70 y 80, «a atribuir intenciones ofensivas al incremento de las capacidades estratégicas soviéticas». 
El pensamiento soviético, por su parte —señalaba—, estaba marcado por 
«considerables exageraciones sobre la belicosidad y las capacidades de Occidente, incluidas sus supuestas intenciones de iniciar una guerra». 

Pero subestimar los riesgos también es peligroso. Las probabilidades de una gran guerra cerca de Suecia siguen siendo bajas, según la agencia de inteligencia del país. Sin embargo, advierte que un “ataque armado limitado” contra un Estado báltico o contra barcos de la OTAN es totalmente posible. «Una acción de ese tipo podría parecer desventajosa desde la perspectiva sueca» —explican los servicios de inteligencia— «pero es importante subrayar que el liderazgo ruso toma decisiones en función de su propia lógica y evaluación».

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